Los catorce
colosos.
Sergio Reyes II.
En aquellos años -como
en el presente y como ha sido siempre-, la frontera era un hervidero
político en el que, con la porosidad de la esponja, circulaban a sus anchas los
rumores, se confirmaban los informes sobre aprestos militares, se padecía en
toda su crudeza los efectos de la persecución indiscriminada amparada en la
impunidad y se manifestaba -como ha sido
siempre- la desidia e indiferencia oficial ante las necesidades básicas de
sus humildes pobladores, que, por residir en lugares tan encumbrados y
distantes de las principales urbes citadinas, no cuentan con funcionarios
diligentes o ‘padrinos’ que se ocupen de agilizarles sus asuntos.
El tránsito en una u otra dirección era frecuente; Unas veces como la
necesaria vía de escape ante la persecución política. En otras, para atender
asuntos del tradicional comercio que, estigmatizado a veces con el nombre de
contrabando, se realiza de manera frecuente entre los pobladores de comunidades
cercanas; O por razones de trabajo, en función de jornalero o ‘echa días’ en
fincas o comercios que se valen de esta mano de obra de bajo costo.
Y otras más, para confraternizar con los vecinos,
compartiendo el cachimbo, el trago y las fiestas, una acalorada y ruidosa pelea
de gallos, … o un opíparo y picante sancocho!
Así estaban las cosas en esos años. Y de igual manera
continúan estándolo en la actualidad, en
mayor o menor medida.
Por tales razones, confiando en el sagrado sentimiento
de la solidaridad y en aras de enfrentar unidos al enemigo común que tarde o
temprano también habría de intentar hincar sus garras en la hermana República
de Haití, un puñado de esforzados revolucionarios que luchaban denodadamente
por la reinstauración de la conculcada soberanía en la República Dominicana -que en ese entonces padecía los efectos de
la Anexión a España-, buscaron abrigo en ese territorio fraterno que constituye
la frontera dominico-haitiana para desde allí organizar el plan de lucha que
habría de permitirles el logro de sus objetivos.
Llegaron en oleadas, en grupos desbandados, maltrechos
y adoloridos, cuyos integrantes habían padecido en carne propia la crudeza de
la persecución desatada por rudos militarotes extranjeros y sus representantes criollos,
quienes detentaban el poder en nombre de una nación convertida por ajes del
destino en esos años en una especie de ariete imperial.
Llegaban, dígase en propiedad, derrotados y
desmoralizados, ante los resultados adversos que habían recibido en los
primeros lances y tentativas llevadas a cabo en Santiago, Guayubín, Sabaneta y
otros lugares en los que ardía, como la candelita sabanera, la llama augusta de la libertad.
Llegaron en grupos pequeños y dispersos. En cantidades que pudiesen pasar
desapercibidas para evitar confrontaciones
consulares que pusieren en peligro la estabilidad de la hermana nación
haitiana y su obligada ‘neutralidad’ diplomática ante la ocurrencia de
conflictos ocurridos al otro lado del Masacre.
Llegaron maltrechos, dispersos y descorazonados. Y lo
peor del caso, derrotados.
Pero, en la vida de
los hombres de acción, sean guerreros, libertadores, sean políticos, sean
agricultores, sean industriales, una derrota
no significa sino eso: una derrota. ( … )
y a la derrota de hoy ( pueden
sobrevenirle ) 364 victorias (porque) al hombre de
acción, no se derrota nunca mientras está vivo’ (*)
( * ).- Juan Bosch. Discurso de Capotillo. 16 de Agosto 1963.
Animados
del afán de lucha por la recuperación de la nacionalidad en la Patria, que
había sido entregada al imperio español por un puñado inconsulto de malos
dominicanos, los conjurados comenzaron a reorganizarse y reagruparse en poblados
haitianos cercanos a la frontera dominicana. Hasta allí llegaban de más en más decenas
de desafectos, motivados por la seguridad que ofrecía el territorio que les
servía de refugio, así como el respeto y confianza depositada en quienes
encabezaban la jefatura del movimiento subversivo.
Y en el hervidero político representado en esos años
por la comunidad de Juana Méndez, en el Departamento Norte de Haití, la
revolución dominicana recibió a manos llenas las muestras efusivas de apoyo y
solidaridad de la gente humilde de las comunidades de ambos lados de la
frontera. Con inteligentes subterfugios, las autoridades del vecino país
evadían los requerimientos y exigencias de las autoridades consulares hispanas,
en procura de que se activase la persecución para apresar y expulsar a las
manadas de conspiradores que actuaban en plena libertad en territorio haitiano.
Tocando puertas, haciendo uso de préstamos en base a
un inseguro pago futurista, empeñando reputaciones de la dirigencia del
movimiento, la Revolución fue tomando cuerpo. Y con la llegada del apoyo
logístico y las ayudas gestionadas, se dispuso precariamente la compra de
pertrechos, municiones y equipos. A su vez, el combatiente llano confeccionó
rústicas armas elaboradas ‘con especies
arrancadas de las cercas de los campos, piedras y pedazos de madera que habían
afilado como lanzas’.( * )
( * ).-
Juan Bosch, Discurso de Capotillo, 16 de Agosto, 1963.
Y junto al apoyo militar y la disposición de
‘facilidades’ para operar en territorio haitiano y la ayuda en la confección de
armas para la futura batalla, los patriotas dominicanos también recibieron
techo, cobijo, alimentos y atención para los heridos de las frustradas
confrontaciones. Y un activo sastre
curazoleño que hacía causa común con los patriotas en territorio haitiano y
cuya identidad fue guardada celosamente por la historia para reconocimiento de
la posteridad, confeccionó, con sus propias manos, la bandera nacional que habría
de ser izada en el momento de inicio del movimiento revolucionario. Humberto
Marzán tuvo por nombre.
De tal suerte, entre la medianoche y el amanecer del
15 y el 16 de Agosto de 1863, un puñado de patriotas atravesaron la frontera
dominicana, provenientes desde la comunidad haitiana de La Visite, en las cercanías de Juana
Méndez. Tomaron posesión del Cerro Capotillo y esperaron el clarear del sol
y el batir de los vientos para hacer ondear solemnemente la bandera dominicana
en territorio patrio y leyeron a viva voz las proclamas y consignas del
movimiento. A continuación, se adentraron por diferentes caminos para enfrentar
con bravura y decisión a las fuerzas militares del gobierno español y sus
representantes locales.
Como Guerra de la Restauración habría de ser bautizada
esa significativa epopeya, gracias a la cual, luego de casi dos años de dura
contienda, el pueblo dominicano pudo recuperar de nuevo su condición de Nación
Libre y soberana.
Santiago Rodríguez, oriundo de Dajabón y veterano de múltiples
contiendas, desde los años de las luchas independentistas, encabezaba el
movimiento restaurador, en calidad de Jefe de la Revolución. Junto a él,
brillaba la estrella de aguerridos combatientes como Eugenio Belliard -Capitán-,
Segundo Rivas, Alejandro Bueno, Pablo Reyes, el abanderado Juan de Mata
Monción, el español Angulo, comprometido con la causa dominicana -quien
desempeñaría la función de Corneta en el curso del evento bélico-, así como
otro no menos importante, San Mézquita, que ocupaba la misión de Artillero. A
estos seguían Tomás de Aquino Rodríguez, José Cabrera, el gallardo Benito
Monción –a quien la historia le había deparado estelares papeles en el
desarrollo del conflicto y acontecimientos posteriores a éste-, y Juan de la
Cruz Álvarez, alias ‘cacú’.
Y, como sucede a veces en estos casos, entre los
conjurados iniciales, también estuvo un héroe desconocido, cuyo nombre no pudo
ser consignado por los cronistas, al momento de elaborar el recuento de estos
hechos.
Para que no se los lleve el viento ni la ingratitud
del olvido, los nombres de aquellos catorce colosos han sido grabados en
portentosas moles de granito que forman parte del descollante Monumento a la
Restauración que se levanta al pie del cerro Capotillo, en el Distrito
Municipal del mismo nombre, en la provincia Dajabón, el cual fue construido por
el gobierno dominicano en 1986 y sometido a diversas reparaciones y
adecuaciones en fechas posteriores.
Gloria eterna a los Héroes de Capotillo en el 150 aniversario
de la Guerra de la Restauración Dominicana (1863 – 2013).
NYC,
Junio 2, 2013.
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